Lo políticamente incorrecto

Manuel Navas. Politòleg

En un mundo donde el tendencioso debate entre libertad y seguridad lo decantaron en favor de la seguridad, cada individuo, como “homo politicus”, tiene la obligación de demostrar que esta fuera de toda sospecha, porque en ese marco, toda opción política se ve como una potencial amenaza. En realidad, esa conclusión estaba consensuada de antemano, era justamente la que precisaba la economía transnacionalizada. Uno de los efectos más pernicioso de ese escenario, es el lenguaje aséptico, en el sentido que, frecuentemente, las opiniones están mediatizadas por la oportunidad política y por los riesgos a los que se exponen quienes las emiten.

Así, no es políticamente correcto y es susceptible de acarrear problemas de distintos tipos e intensidades: recordar que el Jefe del Estado es un rey impuesto por Franco que juró los Principios fascistas, o indignarse porque los sindicatos mayoritarios, y sus respectivos partidos, llevan años dando esquinazo a la clase obrera, o ironizar sobre una paz social que, mientras en la Europa democrática tras la II GM se canjeó por el Estado del Bienestar, aquí la están ofreciendo a cambio de su desmantelamiento, o ser condescendiente con el chantaje que la deslocalización empresarial ejerce sobre la sociedad, o que cada vez más, a menos gente les llegue el sueldo a fin de mes, o cuestionar la volunta política para combatir las desigualdades por razón de género, o denunciar que la profesionalización de la política ha consolidado una auténtica casta adicta a la ubre que les reporta generosos sueldos y status social, o que la fascinación que sienten los políticos, con talante o sin el, por el populismo chabacanero, resulta infumable, o hablar del derecho de autodeterminación de los pueblos, o de tortura, o de aberraciones jurídicas como la Ley de Partidos o el sumario 18/98, o indicar que, los soldados españoles en Afganistán no son héroes humanitarios sino sumisos colaboradores del imperialismo estadounidense, o demandar cierta racionalidad al fundamentalismo anti-tabaco, o a quienes dictan bandos para imponer civismos a golpe de multas, o exigir la condena por genocidio de quienes invadieron Irak, o desconfiar de los datos oficiales del IPC en un país donde compramos con euros y seguimos teniendo sueldos en pesetas, o exigir explicaciones del por qué continuamos a la cabeza en precariedad laboral y muertes por accidentes de trabajo (1369 en 2005) y a la cola en prestaciones sociales, o censurar la pasividad de una Administración permitiendo la presión especulativa de las miles de viviendas vacías (y después criminaliza la okupación), o requerir una actuación acorde con la gravedad de los hechos, contra los elementos más rancios y violentos de la España negra (militares y civiles) que jalean y lanzan arengas cuarteleras por el encaje constitucional del Estatut, o decir que quizás, un sistema que por activa y/o por pasiva, permite la muerte por hambre de miles de personas diariamente y que necesita como agua de mayo de guerras de rapiña, el tráfico de drogas, de armas, la trata de blancas, la explotación infantil, etc., para alimentar buena parte de sus negocios, no sea tan bueno como pretenden hacernos creer, y que a lo mejor, ni hemos llegado al fin de la historia, ni estamos en el mejor de los mundos posibles, o denunciar que, lo que hace pocos años eran injusticias, ahora, los trileros de turno, lo califican cínicamente de ineficacia, o poner cara de no saber en que siglo vives cuando la Iglesia decide abolir el limbo para que los niños sin bautizar vayan directamente al cielo, o equiparar sionismo con nazismo, o decir que, si eres joven y vasco te pueden caer más de 10 años por quemar un cajero automático, ni es oportuno afirmar que la falta de recursos para la enseñanza y la sanidad pública o las pensiones, es un problema de las prioridades que los políticos de turno conceden a los dineros públicos, o despreciar la arrogancia de ese auténtico cuerpo de elite llamado contertulianos mediáticos, o reclamar freno al consumismo impulsado por los insaciables ánimos de lucro de un mercantilismo de cortas miras, o exigir las responsabilidades a quienes con actuaciones, sean macro (por ejemplo, arrasar la selva brasileña) o micro (por ejemplo, construir una pista bicitrial en el Parc Catalunya de Sabadell) nos están abocando a un planeta insostenible, o ……………, etc.

Se podría decir que esa resocialización en curso, que conduce a interiorizar el silencio de la servidumbre que señalaba Foucault, no determina necesariamente los comportamientos y actitudes individuales y colectivas, pero sin duda los condiciona y, además, está minando el papel que la sociedad civil, aunque solo sea por mera higiene democrática, está llamada a jugar: exigir, controlar y cambiar al poder y su política. De ahí que, pese a los riesgos, la obligación moral y política de desarrollar, articular y difundir un discurso alternativo es imprescindible, salvo que se piense que no merece la pena porque el futuro solo invita a decir, que el último apague la luz.